LA PALMA DE UNA MANO

Hago estallar la brújula y el cuadro,

el mapa de mis días

y el relincho feroz de un grito erecto.

°

Froto la lámpara oxidada

-esa vieja y cachusa de mi altillo-

°

Entonces

entre humos violetas y naranjas

un duende se aparece

y me danza en la palma de una mano.

°

Lo miro a los ojos,

le propongo

sin-cuenta años

siempre,

en cada segundo a la redonda;

sin-cuenta años ahora,

aquí

en el instante que se escapa;

sin-cuenta… 

°

Entonces me abrazo fuerte

a su cuerpo de brumas

y le digo al oído

-casi en un susurro de silbos y porfías-

°

dame el don de los poetas:

pintar como Picasso,

cantar como John Lennon,

bailar como Nijinsky,

ser el Cachafaz en cada tango;

°

le propongo

la magia del teatro,

quemarme en los violines,

latir en los tambores;

°

le propongo

mojar toda la pólvora

y ser un beso en la boca de la vida

aquí en la tierra;

°

le propongo

utopías

hechizantes y eróticas.

°

Y mientras le propongo

él se diluye entre mis dedos

-como el agua y el tiempo-. 

°

Yo casi lloro en el intento,  

me desangro

e insisto en el anhelo

fugaz y recurrente;

°

hasta que por fin

°

sospecho en nebulosa

-como un eco

en el vientre de mi tímpano-

 que quizás

eso ya me pertenece

y que tal vez

el uno en todo soy

mientras sucedo

°

-a pesar de la nada

y su gerundio-

Poema:  Luciano Ortega

Ilustración:  Emilia Pradas

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